La educación inclusiva es fundamental para construir una sociedad donde todos tengan la oportunidad de aprender y crecer, sin importar sus diferencias. En esta sección, queremos compartir historias inspiradoras de personas que han superado barreras en su camino hacia una educación inclusiva. Como profesora, he tenido el honor de acompañar a muchas familias en su proceso educativo, y me siento agradecida por poder compartir algunas de las historias escritas por las familias. Estas narraciones no solo celebran sus logros, sino que también brindan esperanza y motivación a quienes luchan por un futuro más inclusivo.

Te invitamos a formar parte de esta comunidad de superación y cambio. Si tienes una historia que contar, nos encantaría leerla. Envía tu testimonio al correo de contacto y únete a nosotros en esta aventura de inspiración y transformación

La historia de Laura y su hijo M.

Cuando M. tenía tres años, recibimos el diagnóstico de autismo. Como madre, fue un momento difícil de procesar, lleno de preguntas y miedos. No sabía por dónde empezar para apoyarlo, y cada día parecía una montaña que escalar. Él apenas decía unas pocas palabras y le costaba mucho comunicarse. Además, los cambios en su rutina lo alteraban profundamente.

Fue entonces cuando conocí a la docente de apoyo, quien me acompañó desde el primer momento. Su calidez y profesionalismo me dieron esperanza. Me explicó la importancia de las rutinas y los soportes visuales, y comenzamos a trabajar juntos en incorporar estas herramientas en casa. Empezamos con pictogramas para las actividades del día a día, como lavarse las manos, comer y jugar. Al principio fue difícil, pero poco a poco M. comenzó a entender las imágenes y a responder mejor a las indicaciones.

Lo más impactante fue ver cómo esas pequeñas herramientas empezaron a darle estructura y seguridad. Por ejemplo, con el uso de pictogramas, logramos establecer una rutina para la hora del baño, algo que antes era imposible porque siempre se resistía, lloraba, gritaba y a veces hasta se lastimaba. También fuimos incorporando tarjetas para expresar emociones, lo que le ayudó a comunicar lo que sentía sin frustrarse tanto.

A medida que pasaron los años, M. empezó a progresar de maneras que nunca imaginé. Ahora tiene 9 años y no solo sigue rutinas de manera autónoma, sino que también ha comenzado a usar palabras para expresar lo que quiere, no son muchas, pero para nosotros es un progreso enorme que nos llena de orgullo. Aunque el camino no ha sido fácil, el apoyo de la seño de apoyo fue clave para cada avance.

Hoy puedo decir que M. está mucho más conectado con su entorno. Es un niño feliz y curioso, y como madre, estoy inmensamente agradecida por la guía y el trabajo que hizo con nosotros. Gracias a la profesora, entendí que, aunque los desafíos siempre estarán, hay herramientas y recursos que pueden marcar la diferencia.

La historia de Mariana y su sobrino L.

Cuando mi hermana falleció, tuve que hacerme cargo de L., mi sobrino de 12 años. Tiene discapacidad intelectual y desde muy pequeño presentó problemas conductuales que complicaba la convivencia y el bienestar en la familia. Al principio, me sentía completamente abrumada; él tenía episodios de enojo frecuentes y no podía quedarse en una escuela por más de unos meses. No sabía cómo ayudarlo y me sentía sola en este proceso.

Fue entonces cuando me recomendaron solicitar una maestra de inclusión, quien nos brindó apoyo en los momentos más difíciles. Desde el principio, me enseñó herramientas prácticas para manejar las conductas de L. y comenzó a trabajar directamente con él, ayudándole a desarrollar habilidades que antes parecían inalcanzables.

Lo primero que hicimos fue establecer rutinas claras, con horarios fijos para cada actividad. Esto le dio a L. la estabilidad que tanto necesitaba. También trabajamos con refuerzos positivos, destacando cada logro por pequeño que fuera. Lo más emocionante fue descubrir que a L. le apasionaba la cocina. Siempre le gustó estar a mi lado mientras cocinaba, así que la seño, me sugirió potenciar esa habilidad. De a poco fuimos creando ese espacio juntos, donde preparábamos panes, la comida diaria y él empezó a bajar su agresividad y se enfocó mucho en colaborar en ese tipo de actividad en la casa.

Gracias a su apoyo, L. ingresó a un curso de chef adaptado para personas con discapacidad en un Centro de formación Laboral. Nunca pensé que algo así sería posible. Hoy, con 18 años, L. no solo completó su curso, sino que también comenzó a vender pizzas y empanadas desde casa. Los vecinos lo apoyan muchísimo y le encargan cada semana.

Su sueño es abrir su propia casa de comidas. Aunque sabemos que aún queda camino por recorrer, ahora L. es un joven lleno de metas e ilusiones. Estoy profundamente agradecida por el profesionalismo y la calidez de la seño, su trabajo transformó nuestras vidas, y gracias a ella, L. superó muchas barreras y descubrió una pasión que lo impulsa a seguir adelante.

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Hola,
Mi nombre es Julieta Díaz

Soy Profesora de Educación Especial, dedicada a promover prácticas inclusivas. Acompaño a familias y docentes con herramientas para crear entornos de aprendizaje accesibles y equitativos. Creé Apoyo Inclusivo para compartir recursos y hacer de la inclusión una realidad.
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